Pues el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve
a uno ganar el mundo entero si pierde su alma? (Lc 9, 24-25).
¡Pobre Jesús!... ¡Siempre con la Cruz a cuestas!... Oye, Jesús, ¿y
no te cansas? Ya va siendo hora de que descanses un poco. Hoy quiero ser yo
quien lleve tu cruz, la cruz de cada día; hoy voy a ser tu Cireneo. Por eso hoy
mi cruz será no responder ante las burlas, tratar con cariño a mi hermano,
ayudar a mi hermana mayor, no protestar, ponerme de portero en el futbol, sacar
la basura, ayudar en casa todo lo que pueda, estudiar como nunca…
Pregúntale
a Jesús de qué más cruces dispone.
El que quiera seguirme, que se niegue a
sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (Lc 9, 23).
¡Ya está! Lo he entendido: el que busca la Cruz se encuentra
contigo. Jesús, esto me recuerda la historia de Carlitos. Aquel domingo fue a
Misa con su abuela. Al entrar en la Parroquia se encontró, presidiendo el
altar, un Crucificado de gran tamaño. El pobre Carlitos, asustado, se escondió
detrás de la abuela y preguntó: —Abuela, ese, ¿quién es? La
abuela le explicó que era Jesús… —¿Y quién lo ha puesto ahí? Unos
hombres malos le crucificaron. —Abuela, preguntó más asustado: ¿Esos
hombres malos siguen por aquí? Efectivamente, por aquí seguimos
algunos, pero tranquilo, que también hay cireneos.
Decídete
a cargar con la cruz
Propósito: llevar la cruz