Dos de los discípulos
de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús (…). Y les dijo: ¿De qué
veníais hablando entre vosotros por el camino? Y se detuvieron entristecidos
(Lc 24, 13.18).
Oye Jesús, ¡vaya con tus dos discípulos! Te habían tratado, reído
contigo, bromeado, visto milagros pero… realmente no te conocieron. Sus
ojos no eran capaces de reconocerlo (Lc 24, 17). ¿Qué les pasó? Eran
buena gente, sí, pero un poco babosos. Preferían su pequeño pueblo, Emaús. Jesús,
desde entonces los caminos de Emaús siguen muy transitados: gente triste,
empequeñecida, que ya están regresando a las mismas de cosas de siempre pero
porque nunca te han conocido de verdad.
Dile
a Jesús que no quieres irte.
¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y,
levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén (Lc 24, 32-33).
Jesús, ¡qué bien lo haces! Te pusiste a su altura, así, como quien
no quiere la cosa: se acercó y se puso a caminar con ellos. Los
pobres, sin saberlo, estaban envenenados con sus propias ideas. ¿Qué ha
pasado? Y le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno… Lo primero era sacar
toda esa bilis, toda esa tristeza: ¡Una buena confesión! Y luego ya vino la
explicación les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a
Él. Jesús, yo también soy un poco baboso, me conformo con mi pequeño
mundo: mis planes, mi pueblo…. Ábreme los ojos y sobre todo el corazón.
Deja
que Jesús se ponga a tu lado y te hable.
Propósito: Abandonar
los caminos de Emaús y regresar a Jerusalén.