viernes, 7 de abril de 2017

La violencia ni vence ni convence

Los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús (Jn 10, 31-42).
Jesús, lo de tus paisanos y su afición a lanzar piedras es impresionante. Si no fuera algo tan triste, sería para echarse a reír. Les gustaba eso de ape­drear a la gente. ¡No perdían ocasión! Primero quisieron apedrearte a Ti, —nos lo acaba de contar San Juan—; también lo intentaron con aque­lla desdichada mujer: El que esté sin pecado que tire la primera piedra (Jn 8,7). Al pobre de San Pablo en Tesalónica una lluvia de piedras casi le costó la vida: Apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad creyéndole muerto (Act 14,19). Y por último, San Esteban no tuvo tanta suerte y murió lapidado: Se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearle (Act 7,58). Es curioso, en un instante, la pedrada de un desaprensivo puede destrozar la magnífica vidriera de una catedral, o peor aún, arrancar una vida.
A veces, las piedras que más duelen son los comentarios hirientes, las palabras vanas, los juicios gratuitos, las opiniones sin venir a cuento…
Él les replicó: Os he hecho ver muchas obras buenas por en­cargo de mi Padre: ¿Por cuál me apedreáis? (Jn 10, 31-42).
Jesús, ante la fuerza bruta respondes con sabiduría e ingenio. Porque quien usa la violencia ni vence ni convence. El que más grita habitual­mente no lleva la razón y el que usa la violencia pierde cualquier autori­dad y se descredita delante de Dios y de los hombres.
Jesús, ayúdame a ser manso y humilde de corazón, como Tú.

Propósito: No tirar piedras a la gente, ni a los gatos.