Pasado el sábado,
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a
embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el
sol, fueron al sepulcro (Mc 16, 1-2)
Jesús, cómo te querían las santas mujeres, incluso muerto. Tienen
un amor, ¿¡como el mío!? que va más allá de la muerte, un amor que vence a la
muerte y al pecado: Muerte, ¿dónde está tu victoria? Porque Jesús
¡ha resucitado! Jesús, yo también quiero llevarte el aroma perfumado de mi
vida cristiana. Porque el que trata con pescado, huele a pescado; el que trata
con pintura huele a pintura; y el que trata con perfumes huele a perfumes… Yo
te llevo, Jesús, el perfume de mi vida limpia, porque te quiero tanto o más que
la Magdalena.
Habla
con Jesús de tus perfumes preferidos… Tú, ¿qué le llevas?
¿Quién nos moverá la
piedra de la entrada del sepulcro? Al mirar, vieron que la piedra estaba
corrida (Mc 16, 3-4).
¡Qué mujeres! No hay quien las pare: ni lo temprano de la hora, ni
la pesada piedra, ni la repulsión de tocar un cadáver, ni los soldados romanos,
nada... Y es que, cuando una mujer cristiana se empeña en algo… Que aprendan de
las Santas mujeres, las mujeres que quieran ser santas: mi abuela, mi madre, ¿y
yo? ¡Y la piedra estaba corrida!
No
hay piedra, dificultad o montaña que no mueva la fe… y el amor.
Propósito: Mover
piedras en mi alma.