Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo (Jn 8,7).
Jesús, ¿qué es lo que escribías en la tierra?; ¿a Ti también te
gusta hacer grafitis? Los míos son buenos, los mejores de la clase: todos mis
amigos me piden que les pinte sus carpetas, las mochilas... Pero, espera, deja
que te mire a la cara… ¿cómo?... ¿estás llorando…? ¿¡Por qué!? Y nos responde
el evangelista: —Querían ponerlo a prueba para poder acusarlo (Jn 8,6). Jesús,
ahora que lo pienso no sé qué te dolía más: las debilidades de aquella mujer o
quizá la dureza de corazón de los llamados Maestros de la Ley. Jesús,
yo no te quiero hacer llorar, nunca, ¡nunca! Jesús, yo te quiero consolar, no
te dejaré solo
Di
a Jesús que le quieres consolar con tu corazón siempre limpio.
Como insistían en
preguntarle, se incorporó y les dijo: —«El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra». E inclinándose otra vez siguió escribiendo (Jn 8, 7-8).
¡Pero qué burros! Venga a insistir, venga a insistir, ¡más dolor!
¡más dolor aún!... Tú, Jesús, quizá escribías aquello del profeta Oseas, algo
así como —Porque yo quiero amor y no sacrificio (Os 6,6). Pobres
maestros de Ley pero analfabetos en el Amor, que en su ceguera ni
leer sabían. Jesús, ayúdame a no dejarme llevar por las apariencias, por las
primeras impresiones, a no juzgar las intenciones.
¿Juzgo
a las personas por sus apariencias? ¿Juzgo las intenciones?
Propósito: consolar a
Jesús.