lunes, 3 de abril de 2017

Misericordia quiero y no sacrificio

Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo (Jn 8,7).
Jesús, ¿qué es lo que escribías en la tierra?; ¿a Ti también te gusta hacer grafitis? Los míos son buenos, los mejores de la clase: todos mis amigos me piden que les pinte sus carpetas, las mochilas... Pero, espera, deja que te mire a la cara… ¿cómo?... ¿estás llorando…? ¿¡Por qué!? Y nos responde el evangelista: —Querían ponerlo a prueba para poder acu­sarlo (Jn 8,6). Jesús, ahora que lo pienso no sé qué te dolía más: las de­bilidades de aquella mujer o quizá la dureza de corazón de los llamados Maestros de la Ley. Jesús, yo no te quiero hacer llorar, nunca, ¡nunca! Jesús, yo te quiero consolar, no te dejaré solo
Di a Jesús que le quieres consolar con tu corazón siempre limpio.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: —«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinán­dose otra vez siguió escribiendo (Jn 8, 7-8).
¡Pero qué burros! Venga a insistir, venga a insistir, ¡más dolor! ¡más do­lor aún!... Tú, Jesús, quizá escribías aquello del profeta Oseas, algo así como —Porque yo quiero amor y no sacrificio (Os 6,6). Pobres maestros de Ley pero analfabetos en el Amor, que en su ceguera ni leer sabían. Jesús, ayúdame a no dejarme llevar por las apariencias, por las primeras impresiones, a no juzgar las intenciones.
¿Juzgo a las personas por sus apariencias? ¿Juzgo las intenciones?

Propósito: consolar a Jesús.