Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos.
(Mt 11, 25).
Dicen que hay personas que no
saben escuchar. Hablan y hablan, explican sus teorías, dan opinión de todo,
pero no oyen a los demás. A veces dicen cosas muy inteligentes, pero cuando
dicen todo eso, comenten un pequeño error: no cuentan con la posibilidad de que
podrían equivocarse. Jesús, quiero aprender a escuchar. Estoy seguro que así,
aprenderé mucho más.
¿Cuándo fue
la última vez que únicamente escuchaste la opinión de los demás, sin estar
queriendo que oigan la tuya?
Sí,
Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre sólo lo conoce el Hijo y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11, 26-27).
Jesús, nos enseñas a
encontrarte en los demás. Si estamos atentos podemos ver tu rostro en el
prójimo. No sólo en los que parecen más necesitados, sino también en cada uno
de los que nos rodea. Al final, todos somos necesitados de algo. Yo también
necesito de los demás. Los necesito porque servirles, ayudarles, escucharles,
le da sentido a mi vida. Ellos son el porqué de mi existencia. Estoy en este
mundo para amar, para servir a los demás.
Necesitas a
los demás porque los demás te necesitan.
Propósito:
Prestar un servicio en la casa: poner la mesa, servir, algo así...