Vio
Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y
le dijo: “Sígueme”. (Mt 9, 9).
Mateo no necesitó más
explicaciones. ¿Por qué había de desconfiar? Por una gracia de Dios, que sólo
Mateo sabría explicar, entendió que Jesús se merecía toda su confianza. ¿Por
qué dudar tanto entonces cuando siento que Jesús me pide algo? Jesús, si llego
a sentir tu llamado, ayúdame a confiar plenamente en ti, y no darle tantas
vuelta al asunto. Y cuando te diga que sí, y al cabo de unos días me venga el
ataque de pánico de pensar “¡oh, no! ¡Qué he hecho!”, dame valentía para no
decirte nunca que no.
Facilítale
Jesús llamarte o pedirte algo, ¿no será que le pones demasiados “peros” y
condiciones?
Él
se levantó y lo siguió (Mt 9, 9).
A quién no le gustan las
historias de aventuras. Lo desconocido tiene un atractivo especial. Mateo no
dudó. Se dio cuenta que si seguía a Jesús comenzaba una aventura mucho más
espectacular que un viaje interestelar o enfrentarse a grandes peligros. ¿Por
qué hoy te siguen tan pocos, Jesús? Quizás es porque no han saboreado la
alegría de darse a los demás y servir, y de dar la vida por otro. Esa aventura
no se compara a ninguna experiencia en esta vida. Dame valentía a mí, Jesús.
Quiero ser valiente y atreverme a ir a la aventura del Amor
Pregúntale a
Jesús cuál es la aventura que te tiene preparada.
Propósito:
abróchate los cinturones, despega la nave y vemos tras Jesús