viernes, 10 de abril de 2020

Cristo murió por nosotros; y muerte de Cruz


Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús; y Él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le cruci­ficaron (Jn 19, 16-17).
Jesús, he llegado corriendo al Calvario acompañando a tu Madre. No puedo decir nada. Te veo. Estás allí, clavado en la Cruz, con la cara rota y el cuerpo destrozado y sangrante. Apenas puedes respi­rar, mientras te apoyas en tus pies atravesados para tomar aliento. La boca abierta. La mirada triste, agonizante. ¡Jesús!, ¿qué te han he­cho? Me miras… y toda mi vida me parece un sinsentido. Jesús, quie­ro consolarte, aliviar tu dolor. Que mi vida sea tu consuelo.
Sigue contemplando y consolando a Jesús con tus palabras y tu cariño.
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Jesús, en la Cruz, todos tus gestos y palabras son de amor. Tienes los brazos abiertos, no porque estén clavados, sino porque quieres abra­zar a toda la humanidad en un abrazo cósmico. Entre tus brazos me acojo y con San Josemaría te digo: Soy tuyo, y me entrego a ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del mundo un alma entregada a ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención de la humanidad entera.
Busca el crucifijo más cercano y llénalo de besos.
Propósito: Besar el crucifijo.