viernes, 17 de abril de 2020

El amor no es ciego, dilata las pupilas


Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le con­testaron: No. (…) Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. (…) Jesús les dijo: Venid y comed (Jn 21, 59).
Jesús, lo tuyo sí que es espíritu de servicio. Sabías que a Pedro y a Juan les volvían locos las barbacoas de pescado. No te lo dijeron, sino que Tú, con ojos de madre, enseguida te diste cuenta: Cuando la Virgen y las otras santas mujeres preparaban el almuerzo –pescado frito- veías brillar los ojillos de tus Apóstoles. Conocías sus gustos, sus platos prefe­ridos y quisiste darles una sorpresa. Jesús, que yo también tenga ojos y corazón de madre para con los demás, que sepa adelantarme en los detalles de servicio.
¿Conozco los gustos de los demás?
Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor!
Jesús, Juan tenía una vista de lince. La barca estaba bastante lejos, pero bien que te reconoció. Dicen que el amor es ciego, pero resul­ta que es al contrario: El amor dilata las pupilas. Cuando uno quiere amar, uno se fija.
¿Me fijo en qué cosas puedo alegrar la vida de mi familia?
Propósito: ser fijado.