Quédate con nosotros,
Señor, porque atardece y el día va de caída.
Fue en Madrid, en la Autónoma. No te acuerdas porque todavía no
habías nacido. Juan Pablo II fue recibido por las barbudas autoridades
académicas. Fuera de los edificios estaban los imberbes, gritones,
entusiasmados y bulliciosos estudiantes. Al asomarse el Papa al balcón del
rectorado estalló en todas las gargantas un: ¡Quédate con nosotros! ¡Quédate
con nosotros! Y el Papa se quedó con ellos, tan a gusto, a rezar el Ángelus.
Jesús, quédate con nosotros, te suplicaron, y Tú aceptaste. Cuando los
discípulos de Emaús te pidieron que te quedaras con ellos, Tú, Jesús, les
contestaste con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía
encontraste el modo de quedarte en ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en
profunda comunión con Jesús.
Agradécele
que se haya quedado en la Eucaristía.
¿No es verdad que
ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y
nos explicaba las Escrituras?
Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones
enfervorizados, los signos hablan. El Divino Caminante (Jesús) sigue
haciéndose nuestro compañero. Cristo cumple a la perfección su promesa de estar
con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).
Cuando
se te haga el encontradizo reconócele y no le dejes irse solo.
Propósito: quedarme con Jesús.