José de Arimatea, que
era discípulo de Jesús, aunque ocultamente por temor a los judíos, rogó a
Pilato que le dejaran retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió.
Vino, después, y retiró su cuerpo. Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de
noche
Jesús, mi buen Jesús, ¿qué te han hecho? ¡Cuánto te echo en falta!
Tengo un nudo en la garganta. No puedo vivir sin tu mirada, ni tu sonrisa, sin
oír tu voz ni tu risa. Hoy seré valiente e iré con Nicodemo y con José de
Arimatea a pedir tu cuerpo muerto a Pilato. Me pasaré, junto a tu Madre, el día
velándote, contemplando y besando tus heridas. En la hora de la soledad, del
abandono total y del desprecio. Jesús, que sea valiente, que siempre dé la cara
por ti.
Ante
el cuerpo muerto de Jesús promete que nunca le dejarás.
Tomaron el cuerpo de
Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre sepultar
entre los judíos (Jn 19).
Con San Josemaría: Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré
al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré
con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de
mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo
podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! Cuando todo el mundo os abandone y
desprecie..., serviam!, os serviré, Señor.
Hoy
no dejes sola a la Virgen. Espera con ella la Resurrección…
Propósito: Cumplir mis promesas.