Tanto amó Dios al
mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no
perezca sino que tenga Vida Eterna (Jn 3, 16).
Si leo despacito esa frase del Evangelio, Jesús, me quedo
patidifuso, pasmado, atontado, lelo, tarado, etc. Tan grande es el amor de Dios
Padre por nosotros los hombres, por mí, que nos da lo mejor que tiene, es decir
a su Hijo Unigénito. Jesús, ¡qué grande es tu Padre, mi Padre Dios! Ante este
amor que se desborda en generosidad me pongo colorado de pensar lo egoísta,
agarrado y codo que soy con Dios. En vez de darle a Dios algo, lo único que
hago es pedir, pedir y pedir. ¡Ayúdame, Jesús, a ser generoso!
¿En
qué cosas no eres generoso con Dios? Háblalo con Jesús.
Pues Dios no envió a
su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por Él
(Jn 3,17).
Jesús, tú sí que eres el mejor amigo. Ahora me explico esa amistad
tan buena y fuerte que había entre don Pedro y San Josemaría. Como los dos eran
muy amigos tuyos se sabían querer de verdad entre los dos. Yo sigo con lo mismo
de ayer y te vuelvo a pedir que me ayudes a querer bien a los demás, que sepa
rezar por mi familia y mis amigos, que los lleve a Ti y les hable de la
Confesión y de la Eucaristía.
Platícale
a Jesús sobre tu familia y tus amigos. Concreta cómo ayudarles y quererles
mejor.
Propósito: Querer bien a los demás, hacer apostolado.