Se volvió hacia atrás
y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer, ¿por
qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo:
Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré (Jn
20)
Jesús, pobre Magdalena, estaba trastornada de tanto llorar.
Necesitada y sedienta de su Jesús. Por cierto, Jesús, me encantan las
magdalenas, ¿no te lo he dicho? Sobre todo, por las mañanas, mojarlas en el
desayuno. Pero las muy tragonas, cuando las meto en la leche, se hinchan tanto,
tanto, que se beben casi toda la leche. Entonces las miro, tan gorditas, tan
apetitosas, y riendo me las como. ¡Qué se habrán creído! Así quiero ser yo
contigo, como una magdalena sedienta de mi Jesús, como María Magdalena
buscando a su Jesús.
Considera
en el desayuno, si eres capaz, la lección de las magdalenas.
Jesús le dijo: ¡María!
Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro (Jn
20, 16).
¡Lloras más que una Magdalena! Me dicen a veces para hacerme
enojar. Jesús, no es que yo sea llorón, pero es que a veces bien merece la
pena llorar. Sobre todo sabiendo que eres Tú el que me vas a consolar:
Bienaventurados los que lloran porque serán consolados... Tanto lloró la
Magdalena que se encontró con el mejor consuelo, con Jesús.
Cuéntale
a Jesús que es lo que llevas en el corazón que te pesa tanto.
Propósito: aprender de las magdalenas.