Mientras iban de camino, uno le dijo:
Te seguiré adonde quiera que vayas (Lc 9, 57).
Aquí
se cumple lo que le gusta decir a mi abuela, Jesús, que del dicho al hecho
hay un buen trecho. Aquel muchacho, supongo que era un muchacho, muy seguro
de sí mismo te decía que te iba a seguir. Pero, luego a la hora de la verdad le
dio miedo y se fue. Yo no lo debería de criticar, Jesús, porque a mí me pasa
igual. Cuando estoy exaltado te digo que haré lo que Tú quieras, pero luego se
me mete la pereza o una tentación y te abandono. Ten paciencia con migo, Jesús.
Dame la gracia de ser constante en los propósitos que saco de estos ratos de
oración.
u Sigue
pidiendo fortaleza para ser constante en los propósitos.
Jesús le dijo: Nadie que pone su mano
en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9, 62).
Esto
lo he entendido porque me lo explicó mi papá. Me decía mi papá que te refieres
a aquellas personas que empiezan hacer algo bueno pero van lamentándose o
quejándose de tener que hacer aquello que es bueno. Yo soy parecido. Cuando
tengo un propósito y se me ha pasado la emoción, voy rezongando por ahí. La
verdad, Jesús, es que soy bastante quejón y aguado como gelatina fuera de la
refri. Ayúdame a ser fuerte y constante, que no deje los propósitos tirados.
u Habla
con Jesús sobre los últimos propósitos que has dejado sin cumplir.
Propósito: Pedir fortaleza.