Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a
enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la acompañaba una
gran muchedumbre de la ciudad. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le
dijo: No llores (Lc 7, 12-13).
Ya sabes, Jesús,
que soy muy sensible, pero Tú más, con una sensibilidad no superficial,
verdadera. Por eso te conmueves ante aquella pobre viuda a la que se le acaba
de morir su único hijo. A veces cuando veo el mal, el dolor, no lo entiendo y
hasta a veces –perdóname– me enojo contigo porque permites estas cosas. Soy
tonto, Tú viniste a salvarnos, a curarnos…, si te hiciéramos caso…. Tú viniste
a decirnos no lloren más, yo los salvo muriendo en la Cruz y les dejo mis
enseñanzas para que sean felices en esta tierra y luego en el cielo.
u Agradece a Dios Trino que se compadeció del hombre y que el
Verbo se encarnó para salvarnos.
Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se
detuvieron; y dijo: Muchacho, a ti te digo, levántate. (Lc 7, 14).
Yo no tengo un
hijo muerto, pero –lo sabes, y me duelo profundamente recordártelo– tengo a mi
primo muerto a la fe. Va a Misa sólo en Navidad y por tradición, en sus
parrandas se pasa a lo bestia, en la U ya sabes que truena más que una
tormenta… Mi tía no es viuda, pero hazle caso. Yo la veo a veces con los ojos
rojos, y sé por qué, por mi primo: ¡hazle caso, Jesús! Resucita a mi primo.
u Cuéntale a Jesús sobre otros que necesitan ser resucitados.
Propósito: Mirar como Jesús,
sensible de verdad.