domingo, 14 de enero de 2018

En Misa: modo avión

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus dis­cípulos y, fijando los ojos en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos lo oyeron decir esto y siguieron a Jesús. (Jn 1, 35-37).
Cuando escucho estas palabras del Evangelio, no sé por qué, pero me voy con la imaginación a la Santa Misa. El Sacerdote levanta la hostia, justo antes de la Comunión. Nos la muestra partida, entre sus manos, a punto de ser consumida. Es Jesús, el “cordero de Dios”. Como el Cordero que comían los Israelitas en la noche de la Pascua. Un cordero que recordaba que los Israelitas habían sido liberados de Egipto. Este otro Cordero, en cambio, libera, pero del pecado.
Cada palabra, cada gesto de la Misa esconde un tesoro.
El se volvió hacia ellos y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos contestaron: “¿Maestro, donde vives?”. El les dijo: “Vengan lo verán”. Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día (Jn 1, 38-39).
En la Misa, Jesús también pasa por delante nuestro. Lo hace con la Palabra, en la primera parte, cuando se hacen las lecturas; que dicho sea de paso, a veces me cuesta estar atento y no distraerme con el celular. Sale también a nuestro encuentro en el Pan. Es decir, cuando le recibimos en la comunión. Viene a nuestra casa, a nuestra alma; se queda con nosotros. Jesús, quiero cuidarte con más cariño después de comulgar.
Piensa en algunas palabras de cariño para decir al comulgar.

Propósito: no llevar el celular a Misa.