Se le acercó a Jesús un leproso para
suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de
él y, extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” (Mc 1,
40-41).
La lepra es una enfermedad sumamente contagiosa. En la época de
Jesús no tenía cura. La piel se va pudriendo y el olor que esto produce hacía
repugnante a los leprosos. Pero a Jesús, el mal olor no le importa, con tal de
ayudar. A mi, Jesús, de pequeño me daba asco mi abuelito porque olía feo. Suena
horrible, lo sé. Pero mi mamá me ayudó a quererle así, y le pude tratar con
cariño hasta el día en que murió. No sé si hoy día aún sigo sintiendo “asco”
por algunas personas. Pero quisiera quitármelo, Jesús.
¿Hay
alguna persona que te de repugnancia?
Aquél hombre comenzó a divulgar tanto
el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se
quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes. (Mc
1, 45).
¡Qué contento se quedó el leproso, después de que Jesús lo curó!
Hacer feliz a alguien es un sensación tan increíble, que una vez la has
probado, quieres volverlo a intentar. La mirada de agradecimiento de un mendigo
cuando le das de comer, o un anciano solitario, al que llegas a visitar. Creo
que debo hacer más obras de misericordia.
¿Has
experimentado la alegría de hacer feliz a alguien?
Propósito: pensar en alguien al que voy a hacer feliz hoy.