martes, 9 de enero de 2018

Limpieza profunda

Un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. (Mc 1, 23-25).
El pobre hombre aquél, tenía un espíritu inmundo: un espíritu sucio, mal­vado. Quién lo iba a pensar: quien está sucio, se siente incómodo quie­nes están limpios, y más aún si además son capaces de limpiarlo. ¿Será por eso, Jesús, que las personas que se portan mal, no se suelen llevar con los que se portan bien? Les dicen de todo: que son unos aburridos, que no saben divertirse, y más cosas por el estilo.
¿Cuándo fue la última vez que dejaste que Jesús te bañara y limpiara el alma?
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmun­dos les manda y le obedecen”. (Mc 12, 27)
Unas pocas palabras bastaron para que quedar limpio aquél hombre. El espíritu inmundo que lo poseía se fue corriendo al escuchar tu voz, Jesús. Unas pocas palabras también bastan para que después de decir los pecados, el sacerdote los perdone en tu nombre. A veces da pena confesarse. ¿No será que tanta suciedad hace olvidar qué bien se siente estar limpio?
Al realizar obras buenas se preserva la limpieza de tu alma.

Propósito: Bañarse con regularidad