jueves, 25 de enero de 2018

Modo silencio

El que tenga oídos para oír que oiga (Mc 4, 23).
Jesús, en las pasadas fiestas de fin de año, me llevaron mis papás a pasear por unos lugares increíbles. Me dijeron que no me trajera mis audífonos, porque íbamos a escuchar los sonidos de la naturaleza. Al inicio, yo no escuchaba nada. ¿Los sonidos de la naturaleza no suenan a nada?, pensé indignado. Pero poco a poco, la vista, el silencio, me hizo recordar al Hijo Pródigo que solo y en el silencio, debajo de una encina, “recapacitó”. En el silencio del campo y en el del Sagrario se oye bien a Dios, porque Tú hablas bajito, y hay que tener bien abiertos los oídos del alma...
A Jesús se le escucha mejor en el silencio.
A la mañana, mucho antes de amanecer se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba (Mc 1, 35).
Jesús, Tú también necesitabas, como del agua y del oxígeno, de esos momentos de silencio, de soledad para hablar con el Padre. A mí me pasa igual: necesito hablar contigo, platicarte sin pala­bras que llenen los silencios. No podemos olvidar, como escribe San Josemaría que “el silencio es como el portero de la vida interior” (Camino 281). Jesús, el silencio es un frágil tesoro que quiero rega­larte: lo guardo con cuidado para que Tú me hables, sabiendo que cualquier palabra lo puede romper.
Dar a Jesús cada día unos minutos del “frágil” tesoro de mi silencio.

Propósito: Poner en modo silencio mi alma un par de veces al día.