En aquel tiempo entró Jesús en la
sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos
estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. (Mt 3,
1-3).
Aquí vienen de nuevo los fariseos y sus cuadriculeses. Realmente
sienten que las reglas son más importantes que las personas. La verdad, Jesús,
es que a mí, a veces me pasa al revés… o bueno, de manera distinta: me valen
las reglas y las indicaciones de los mayores, y sólo pienso en mi antojo o mi
gusto. Se me olvida que las reglas están para algo, y casi siempre, para que
haya orden y armonía.
¿Cuándo
fue la última vez que te saltaste una regla por tu antojo?
Entonces, mirándolos con ira y con
tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: “Extiende tu mano”.
La extendió y su mano quedó sana (Mc 3, 5).
Me deja pensativo esa mirada tuya Jesús. Los miras con tristeza. Y
todo es por no entender. Me recuerda lo que a veces me dice mi mamá cuando no
hago caso: entienda mijo. Ese “haga caso hijo” que viene dicho con una mezcla
de “ira y tristeza”, como dice el evangelio. Mi mamá me quiere, y le enoja que
no obedezca, y a la vez, le duele porque sabe que las cosas que me manda son
por mi bien.
¿Te
has peleado alguna vez con tus papás por no hacerles caso? ¿Les has pedido
disculpas?
Propósito: obedecer a la primera.