El Reino de los
cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: el que lo encuentra lo
vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel
campo. (Mt 13, 44).
Escucho
estas palabras, Jesús, y me doy cuenta de que a veces, en vez de venderlo todo
para comprar el campo, ando viendo quién me compra el campo. Ando viendo cómo
me zafo de las tareas, cómo como en clase sin que me cachen, cómo duermo en el
aula sin que el profesor se dé cuenta, y así un sinfín de cosas más. No me veo
que soy un privilegiado por tener educación.
Piénsalo un momento, el estudio es un gran tesoro.
El Reino de los
cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar
una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra. (Mt 13, 45).
¿Y
yo cómo podría vivir esto que me planteas en el Evangelio, Jesús? ¿Cuál es esa
perla valiosa que debo cuidar tanto? Lo único que sé de joyas es que algunas
personas las suele usar para verse lindas en las reuniones. Eso me hace pensar
en mi familia. Hay muchas perlas de gran valor, pienso que una de ellas es mi
casa: mi papá, mi mamá, mis hermanos. Pierdo mi perla cuando me encierro
jugando videojuegos, cuando me salgo a la calle y no regreso sino hasta muy
tarde. La pierdo cuando en vez de comer con todos, como viendo la tele en la
sala.
Piensa qué más cosas haces en las que pierdes la Perla.
Propósito: comer
siempre que sea posible con alguien de mi familia.