“Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu
ser. Y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has contestado bien. Si
haces eso vivirás” (Lc 10, 27-28).
Jesús,
me encanta el uso de la palabra “todo” que haces en este texto del evangelio.
Cómo quisiera que fuera realidad que te amo con todas mis fuerzas, con todo mi
ser. A veces te fallo. En lugar de amarte a ti, me amo a mi mismo. Me dejo
llevar por mi egoísmo. Y cuando vuelvo a mirar un crucifijo, me doy cuenta que
tú me amas con todo. Quisiera poder ver el crucifijo y sentirme movido a
quererte de verdad con todas mis fuerzas.
Si quieres amar a Jesús tanto como dices; busca a María, ella
te enseñará.
Al verlo, se
compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las
vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él
(Lc 10, 33-34).
Compadecerse
de los demás. Eso sí que tiene su mérito. Una vez, le escuché a un profesor
decir en un pasillo, que hoy día los heridos que nos encontramos en la calle
son aquellos a los que lastimado con el bulling, la indiferencia y el descarte.
Jesús, yo quiero ser un buen samaritano, y creo que debo comenzar por no
burlarme de nadie, por no pasar indiferente ante las necesidades de mis
compañeros y los de mi casa, y por no dejar a nadie fuera.
Piensa en esto: Jesús siempre está en las personas que
sufren.
Propósito: decirle muchas veces a Jesús que lo quiero con todo.