Los nombres de los
doce apóstoles son: primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego
Santiago, el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y
Mateo, el recaudador de impuestos; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón,
el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. (Mt 10, 2-4).
Qué
pasaría si escuchara mi nombre mencionado entre los nombres los apóstoles. A lo
mejor pensaría, “ve, que casualidad, uno que se llama como yo”. Pero, ¿y si
viniera con mi apellido, y algo que claramente indica que se refiere a mí? A
lo mejor miraría a los lados, pensaría que se trata de un error. ¿Yo, un
apóstol? Pues resulta que aunque no salga mi nombre, Jesús cuenta conmigo.
También a mí se me da ese poder.
Estás en la lista, ¿cuándo piensas comenzar a trabajar?
A estos doce los
envió Jesús con las siguientes instrucciones: “No transiten por regiones de
paganos ni entren en los pueblos de Samaria. Vayan más bien en busca de las
ovejas perdidas del pueblo de Israel. Vayan y proclamen que está llegando el
Reino de los cielos” (Mt 10, 5-6).
Pensándolo
bien, ni los Jedi tienen misiones tan arriesgadas como las de un apóstol. Ni
las espaditas laser, o el combatir el poder del lado oscuro es tan emocionante
como experimentar el poder de ser apóstol. El poder de ser uno que realmente
puede salvar a los demás.
Déjate ya de fantasías. Hay mucha gente necesitándote.
Propósito: usa tus poderes: rezar, entre otros.