miércoles, 10 de julio de 2019

Los que van, ya lo saben


Los nombres de los doce apóstoles son: primero, Simón, lla­mado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago, el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador de impuestos; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. (Mt 10, 2-4).
Qué pasaría si escuchara mi nombre mencionado entre los nombres los apóstoles. A lo mejor pensaría, “ve, que casualidad, uno que se llama como yo”. Pero, ¿y si viniera con mi apellido, y algo que cla­ramente indica que se refiere a mí? A lo mejor miraría a los lados, pensaría que se trata de un error. ¿Yo, un apóstol? Pues resulta que aunque no salga mi nombre, Jesús cuenta conmigo. También a mí se me da ese poder.
Estás en la lista, ¿cuándo piensas comenzar a trabajar?
A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: “No transiten por regiones de paganos ni entren en los pue­blos de Samaria. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Vayan y proclamen que está llegando el Reino de los cielos” (Mt 10, 5-6).
Pensándolo bien, ni los Jedi tienen misiones tan arriesgadas como las de un apóstol. Ni las espaditas laser, o el combatir el poder del lado oscuro es tan emocionante como experimentar el poder de ser apóstol. El poder de ser uno que realmente puede salvar a los demás.
Déjate ya de fantasías. Hay mucha gente necesitándote.
Propósito: usa tus poderes: rezar, entre otros.