Tomás, uno de los
Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los
otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si
no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros
de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 24-25).
¿Tomás,
cómo se te ocurre decir semejante cosa? Si estuviste con Jesús cuando dio la
vista a ciegos, curó enfermedades y resucitó muertos, cómo es que ahora dudas y
hasta propones ese reto. Pienso que yo también soy a veces como Tomás. Veo todo
el amor que me tienen mis papás y a pesar de eso, no hago caso, no obedezco a
la primera.
Pide fe a Dios para confiar en el amor de tus papás.
Tomás le respondió:
“¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos
los que creen sin haber visto” (Jn 20, 28-29).
Jesús,
hasta vergüenza me da que nos llames “dichosos” a los que hemos creído en ti a
partir de las enseñanzas de la Iglesia. Yo quiero tener fe, y una fe grande
como la que aprendió Tomás después tocarte con sus propias manos. Aunque ahora
que lo pienso, sí te he visto: te veo en la Eucaristía; y en el amor de mis
papás, y de mis familia; y te veo en el esfuerzo de mis profesores; y en los
más necesitados, y…
Piensa en dónde más ves a Jesús
Propósito: decirle “te quiero” a mi mamá.