martes, 2 de julio de 2019

¡Qué nos hundimos!


“Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se pro­dujo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía” (Mt 8, 23-24)
Jesús, estabas agotado: largas caminatas de un sitio para otro, predicando a las multitudes, curando enfermos, cuidando de tus dis­cípulos... Fue sentarte un momento y quedarte dormido, tan profundo, que ni el rugir de las olas te despertaban. ¿Con qué soñabas? Quizá conmigo... ¿y por qué no? Dulces sueños de cosecha madura, y de pescas milagrosas, y de TESOROS escondidos en los que “yo” soy pro­tagonista ¡¡Scchsss...!! ¡Que nadie le despierte! Está descansando.
Dile que quieres ser protagonista de sus sueños para hacerlos reales.
Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?». (Mt 8, 25-27)
La barca de Pedro, una vez más, a punto de zozobrar, y Dios, una vez más, parece dormido. Y el grito, una vez más, de los discípulos: “¿No te importa que nos hundamos?” Jesús, que las cosas están muy “yucas”; que de ésta no salimos; que son muchos los enemigos de tu Iglesia; que se pierden muchas almas... “Él les dijo: (...) ¿Aún no tenéis fe?”. Y una vez más “el viento cesó y vino una gran calma”. Y la barquichuela de Pedro una vez más, sigue como siempre, navegando contra viento y marea.
Ser grumete en Su barca, aunque no vaya al Atlántico ni al Pacífico.
Propósito: “Quien no se embarca, no se marea”: marearme.