Así pues, escuchen
ustedes lo que significa la parábola del sembrador. Hay quien oye el mensaje
del reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en
su corazón. (Mt13, 18-19).
De
chiquito, llegué a medianoche asustado al cuarto de mis papás. Estaba llorando.
“Estaba soñado con el Diablo”, le dije a mi mamá. “Era horrible”, completé.
Entonces mi mamá me explicó que mi Ángel de la Guarda me cuidaba, y que no
había que tenerle miedo a lo horrible, porque el Diablo rara vez aparece así.
Ahora que ya crecí un poco más, Jesús, lo voy entendiendo. Si ver series en vez
de estudiar fuera horrible, ni Netflix pagaría; y así con todo lo demás. El
maligno arrebata las cosas del corazón disfrazado de belleza, de planes más
bonitos, de comodidad.
Pídele ayuda a tu Ángel de la Guardia para vencer la pereza.
La semilla que cayó
en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con
alegría, pero no tiene raíz en sí mismo, es inconstante y, al llegar el
sufrimiento o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe (Mt 13,
20-21).
La
constancia es una virtud que le escucho mencionar a mis papás desde que soy
pequeño. “Si se lo sirvió, ahora se lo come”, “Si lo empezó, lo termina”, y
así sucesivamente. A veces, de verdad, Jesús, es que no quiero. Me siento
harto. ¿Tú no te hartabas alguna vez?
Pregúntale a Jesús qué hacía cuando se sentía cansado.
Propósito: acudir más al Ángel custodio a lo largo del día.