Un hombre que iba a salir de viaje a
tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A
uno le dio cinco monedas; a otro, dos; y a un tercero, una, según la capacidad
de cada uno y luego se fue. (Mt 25,14-15).
Me impresiona pensar que ninguno de los dos que recibieron menos
que el primero protesta. Quizá porque se trata de responsabilidad y no de
comida o algún premio. A la vez, el primero no se queja de la gran
responsabilidad que le dan. Se crece. Se siente orgulloso de que confíen en él.
¿No podría ser esta mi actitud cuando mis papás me pidan algo? Por ejemplo, hoy
sábado. No tengo tareas y si me dan un encargo, me quejo con la clásica frase
de “por sólo yo”.
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Cuando te piden un
favor siéntete orgulloso.
“Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto
que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor.
Entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”(Mt 25, 23).
“Te felicito” ¡Qué rico se siente oír eso! Sobre todo, cuando a
uno se lo dicen los papás después de ver las notas. Se siente tan increíble.
Creo que no exagero si digo que es mejor incluso esa sensación que la de meter
un gol o topar un videojuego. Y si uno mantiene esa actitud toda la vida, no
puedo ni imaginar lo que se ha de sentir que eso se lo diga a uno Jesús, al
entrar al cielo: ¡te felicito, entra en la alegría de tu Señor!
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Que “te felicito” de
Dios, te anime cuando te entre la pereza.
Propósito: ayudar en la casa
aunque “sólo yo” lo haga.