Todos estaban asombrados y se preguntaban:
“¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el
hijo del carpintero? ¿No es María su madre?” (Mt 13, 54-55).
La gente comienza a hacerse preguntas al escucharte. Les llama la
atención tu sabiduría y lo extraordinario de los milagros. ¿Será, Jesús, que
alguno puso atención a lo que decías o al significado de lo que hacías? Un día
me quejé en Misa. Hacía calor. Dos filas atrás un niño lloraba. No tenía señal
en mi cel y no sabía por qué. Mi papá me vio la cara y sin decir nada, me quitó
el celular, y me señaló al sacerdote que pronunciaba la homilía. Ahora lo
entiendo: tu mensaje es más importante que el clima, el ruido o mi teléfono.
·
Tu teléfono es como un
bebe: no pasa nada si no va a Misa los domingos. ¿Pierdo el tiempo con el
celular?
Y se negaban a creer en él… Y no
hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos (Mt 13, 57-58).
Una cosa es no poner atención a lo que dices y otra, mucho peor,
es no quedarse impresionado por lo que haces. Una vez leí que la gente joven ha
perdido la capacidad de admirarse ante lo verdaderamente bello y hermoso.
Jesús, ayúdame, a impresionarme ante tus prodigios, ante tu presencia real en
el Sagrario, ante el gran milagro de mi propia conversión cada vez que me
confieso. Y si alguna vez me ves despistado, que no te importe. Tu haz tus
milagros, que los necesito.
·
Admírate un poquito
más.
Propósito: dejarme
sorprender.