viernes, 2 de agosto de 2013

Sorprenderse con lo cotidiano

Todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es María su madre?” (Mt 13, 54-55).
La gente comienza a hacerse preguntas al escucharte. Les llama la atención tu sabiduría y lo extraordinario de los milagros. ¿Será, Jesús, que alguno puso atención a lo que decías o al significado de lo que hacías? Un día me quejé en Misa. Hacía calor. Dos filas atrás un niño lloraba. No tenía señal en mi cel y no sabía por qué. Mi papá me vio la cara y sin decir nada, me quitó el celular, y me señaló al sacerdote que pronunciaba la homilía. Ahora lo entiendo: tu mensaje es más importante que el clima, el ruido o mi teléfono.
·        Tu teléfono es como un bebe: no pasa nada si no va a Misa los domingos. ¿Pierdo el tiempo con el celular?
Y se negaban a creer en él… Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos (Mt 13, 57-58).
Una cosa es no poner atención a lo que dices y otra, mucho peor, es no quedarse impresionado por lo que haces. Una vez leí que la gente joven ha perdido la capacidad de admirarse ante lo verdaderamen­te bello y hermoso. Jesús, ayúdame, a impresionarme ante tus prodi­gios, ante tu presencia real en el Sagrario, ante el gran milagro de mi propia conversión cada vez que me confieso. Y si alguna vez me ves despistado, que no te importe. Tu haz tus milagros, que los necesito.
·        Admírate un poquito más.

Propósito: dejarme sorprender.