“Yo
les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no
entrarán en el Reino de los cielos”. (Mt 18, 3).
Una vez escuché a un profesor de secundaria comentar que estaba
impresionado de los niños de primaria. Iba cargadísimo de libros y los primeros
niños que se encontró le ofrecieron ayuda. “En secundaría, hasta risa les
hubiera dado por andar con tanto libro”, dijo. Los grandes quizá también
ayudaríamos, pero está la pereza, el miedo a dar risa, el andar en otro
planeta… Jesús, así también pasa en la vida espiritual. Cada vez que hay
visitas en casa, comentan que cómo he crecido desde la última vez que me
vieron. Jesús, que crezca por fuera, pero que siga siendo niño por dentro.
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Se niño, pero no
inmaduro, sino piadoso.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien
ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y
se va a buscar a la que se le perdió? (Mt 18, 12).
Otra ventaja de ser niño. Tu papá y tu mamá te cuidan para todo. A
veces cae mal, pero sólo a veces. ¿Quién no quiere que lo cuiden? Hasta los
superhéroes más valientes tienen una frágil amada que vela por ellos y los
alienta a seguir adelante. Tú, Jesús, usas una imagen más “tierna” aún. Un
pastor con su ovejita al hombro. ¡Quiero ser niño! ¡Quiero ser oveja! Y si me
pierdo, que me lleves sobre tus hombros.
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No hace falta perderse
para que a uno lo cargue Jesús.
Propósito: dejarme querer por
Dios.