Al desembarcar vio Jesús a la muchedumbre,
se compadeció de ella (Mt 14, 14)
Una vez, el sacerdote de mi colegio, después de hablar conmigo, me
dijo “voy a rezar por vos”. Le contesté “tan mal estoy, Padre”. Nos volvimos a
sentar y me explicó que pedir por los demás es una señal de caridad, no
necesariamente que uno “esté mal”, y que todos necesitamos que alguien pida por
nosotros. ¡Qué soberbio soy, Jesús, que hasta la oración que hacen por mí, me
incomoda! ¿No será que el fondo no quiero cambiar? ¿No será que tengo miedo de
que la oración de aquel sacerdote “funcione”, y termine dejando lo que ahorita
creo que es felicidad pero que en el fondo te ofende?
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Comienza a rezar por
tus amigos, porque a algunos no los encomienda a Dios… “ni su abuela”.
Todos comieron hasta saciarse, y con los
pedazos que habían sobrado se llenaron doce canastos (Mt 14, 20).
¿Dónde más lo alimentan a uno así? Ni en los “all you can eat”. Tú
no me cobras. Me das de sobra. Y si queda algo, me dejas que me lo lleve para
más tarde. Voy a continuar rezando, para no alejarme de ti, y también lo haré
por mis amigos, para que también ellos vayan a tu restaurante, y se peguen una
buena...
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Pídele a Jesús que te
dé hambre de Él.
Propósito: ir al restaurante
donde sirven el plato de la “vida eterna”.