lunes, 5 de agosto de 2013

Embriagado de Dios

Al desembarcar vio Jesús a la muchedumbre, se compade­ció de ella (Mt 14, 14)
Una vez, el sacerdote de mi colegio, después de hablar conmigo, me dijo “voy a rezar por vos”. Le contesté “tan mal estoy, Padre”. Nos volvimos a sentar y me explicó que pedir por los demás es una señal de caridad, no necesariamente que uno “esté mal”, y que todos necesitamos que alguien pida por nosotros. ¡Qué soberbio soy, Jesús, que hasta la ora­ción que hacen por mí, me incomoda! ¿No será que el fondo no quiero cambiar? ¿No será que tengo miedo de que la oración de aquel sacer­dote “funcione”, y termine dejando lo que ahorita creo que es felicidad pero que en el fondo te ofende?
·        Comienza a rezar por tus amigos, porque a algunos no los enco­mienda a Dios… “ni su abuela”.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado se llenaron doce canastos (Mt 14, 20).
¿Dónde más lo alimentan a uno así? Ni en los “all you can eat”. Tú no me cobras. Me das de sobra. Y si queda algo, me dejas que me lo lleve para más tarde. Voy a continuar rezando, para no alejarme de ti, y también lo haré por mis amigos, para que también ellos vayan a tu restaurante, y se peguen una buena...
·        Pídele a Jesús que te dé hambre de Él.

Propósito: ir al restaurante donde sirven el plato de la “vida eterna”.