Si tu hermano comete un pecado, ve y
amonéstalo a solas; si te escucha, habrás salvado a tu hermano. (Mt 18, 15).
Creo que fue hace un año que el Papa Benedicto XVI explicó esto en
su mensaje de Cuaresma. Corregir es una manifestación de amor al prójimo. Y si
no es por caridad, al final, uno se convierte en el que cae mal porque a todo
le encuentra defectos. No deja de ser algo gracioso que hay quien no corrige
para caer no mal; y quien sólo se la pasa corrigiendo y cae mal. Pero hay un
caso peor: el que no corrige por “respetuoso”, es decir, porque le vale. Creo
que en el fondo uno no corrige lo que no quisiera que le corrigieran; y los
tales respetos son un “ni se te ocurra meterte en mi vida”. Jesús, quiero dejar
todo esto de lado y ayudar a mis amigos a que estén cerca de ti; de paso, me
obligo yo a mejorar.
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Antes de corregir,
pídele a Jesús su opinión.
Yo les aseguro, también, que si dos de
ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre
celestial se lo concederá (Mt 18, 19).
Y si además de corregir, se reza, el negocio sale redondo. Me he
dado cuenta, Jesús, que a veces uno se da más cuenta de cómo andan sus amigos
que los propios papás. Los papás suelen pedir a Dios para que sus hijos sean
buenos. Si a eso añado mi oración, ya somos tres. Más lo que pide la abuelita,
cuatro; y así sucesivamente…
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Antes de corregir, y
después de hablarlo con Jesús, reza.
Propósito: rezar por un
amigo.