De pronto se desencadenó una gran tempestad
en el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba
dormido. Sus discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: “Señor,
sálvanos, que nos hundimos”. (Mt 8, 24-25).
Que consolador habrá sido
para los apóstoles saber que Jesús iba con ellos. Cuando llega el peligro, su
primera reacción fue ver hacia donde estaba su maestro. En mi vida, Jesús,
también vas conmigo. Y aunque parezca que estás dormido, tu sola presencia, me
debe dar paz y tranquilidad.
u Acuérdate muchas veces durante el día
que Jesús va en tu nave.
“¿Por qué tiene miedo, hombres de poca fe?”
Entonces se levantó, ordenó calmarse a los vientos y al lago, y sobrevino una
gran calma (Mt 8, 26).
Los apóstoles acudieron a
Jesús, pero lo hacen desesperados. Piensan que la presencia de Jesús en la nave
no es suficiente para estar libres de peligro. ¿No me pasará a mí lo mismo?
Cuando se enciende la señal de alarma y suena la sirena, por errores mío o
complicaciones de la vida misma, me giro hacia ti, Jesús, y te digo desesperado
que dónde estás cuando uno más te necesita.
u No esperes a que todo esté color de
hormiga para acudir a Jesús.
Propósito:
Buscar algún objeto que me sirva de recordatorio para no olvidar que Jesús va a
bordo.