Vengan a mí todos los que están fatigados y
agobiados, y yo los aliviaré (Mt 11, 28).
Una vez fui a un asilo a
visitar unos ancianos. Terminé escuchando a un viejito muy simpático envuelto
en una mantita y tomando un té de Pericón. “¿Para los nervios?”, le pregunté
señalando la tasa del té. El viejito se rio, después, sacó la mano de debajo de
la mantita y ahí tenía un rosario. “Para los nervios”, me dijo. Cómo
es el Espíritu Santo, que con ese gesto del viejito aquel, entendí que el mejor
remedio para las penas es la oración.
u Para las penas, nada como tomarse un
Rosario cada día (no hace falta estar en ayunas)
Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que
soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas.
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11, 29-30).
Cuando uno hace la prueba
de rezar, y sale lo que uno encomendaba, se siente contento. Cuando uno reza
mucho y salen muchas cosas, se siente muy contento. Y así, llega un momento en
que uno aprende qué cosas pedir y qué cosas no son tan importantes. Uno aprende
a esperar o que quizá hay que rezar más. Pero hay algo mejor aún, uno entiende
porqué cuando estás con Jesús, de verdad encuentras descanso para tu vida, y
por qué su yugo es suave y su carga ligera.
u ¿Ya hiciste la prueba de rezar por
algo? ¿Qué esperas?
Propósito:
rezar, quizá comenzando por pedir por el Papa