jueves, 26 de mayo de 2016

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: −¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte (Lc 18, 38-39).
Jesús, oigo voces... Como el ciego de Jericó, en mi oscuridad oigo vo­ces a mí alrededor. Unas voces son las de los que se dicen mis ami­gos, pero en el fondo solo buscan compinches, cómplices, quieren que no hable de Dios (lo llaman supersticiones). Me dicen que me calle: Muchos lo regañaban para que se callara. Pero también oigo otras voces, las de mis amigos, los de verdad, los que me ponen delante de ti: Animo, levántate, que te llama. ¿A quiénes hago caso?
Jesús, que oiga las voces de los buenos.
«Animo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: –«¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: – «Maestro, que pueda ver.»” (Mc 10, 49-52).
El ciego Soltó el manto… Siempre me he preguntado ¿Cómo sería ese manto? ¿Cómo el niño de la mantita en Snoopy? ¿Qué tendría de espe­cial? No sé pero me imagino un capote pesado y sucio, multiuso, lleno de suciedad, de color indefinido y olor a humedad. Un manto asque­roso, pero era suyo y solo suyo…, estaba apegado. Era su tesoro, −¡Mi teessssoro…! El ciego Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Para acercarse a Jesús, para poder dar el salto y ver, hay que tirar el manto, estar desprendido de lo material.
¿Tengo un manto que debería soltar?

Propósito: desprenderme del manto.