viernes, 27 de mayo de 2016

Mi casa se llamará casa de oración

Llegaron a Jerusalén, entro en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas (Mc 11, 16).
Jesús, se me hace raro. Me cuesta imaginarte volcando las mesas y echando a la gente. ¿No eres el Manso y humilde de corazón? Y es que no aguantabas, no podías soportar ver la Casa de tu Padre convertida en un mercado, ni aguantas la hipocresía, ni el escandalizar niños, ni la mentira...
Jesús, ayúdame a tener fortaleza con un corazón manso como el tuyo
¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos? Vosotros en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos (Mc 11, 17).
Visitando aquel famoso Templo todo era gente y gente, iban de un sitio a otro, mirando y tomando fotos. Nos sentíamos incómodos. Daba la sensación de ser cómplices de una profanación colectiva. Preguntamos entonces al guía, buen cristiano, sobre el horario de Misas. Nos contes­tó, entristecido, que en ese Templo no había culto y con dolor citó a San Marcos: habéis convertido mi Casa en cueva de bandidos. Jesús, cuando entre en una iglesia, por muy bonita que sea, lo primero que haré será buscarte en el Sagrario para saludarte con cariño y hacerte compañía. ¡Tú eres el tesoro más grande! Te pediré por todas las perso­nas que, sin darse cuenta de tu Presencia, entran en las iglesias.
Jesús, quiero convertir mi alma en tu Templo preferido.

Propósito: sacar bandidos de mi alma. Que sea menos cueva.