Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Mc 12,
30).
Antes de decir este mandamiento, como para que te pongamos atención,
nos dices: “Escucha, Israel…” Cómo me cuesta escuchar, sobre todo cuando me van
a pedir algo muy exigente. He sabido que en un país del Asia donde hay muchos
camellos, cuando se reúne una familia para una cena importante, al final le
llevan al más joven, en una bandeja, una oreja de camello, para que no se
olvide que tiene que escuchar a sus mayores: ¿Escuchan los camellos?
Jesús:
aquí estoy escuchándote, ¿qué me dices?
“El segundo es éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Mc 12, 31).
El amor a los demás parece fácil cuando pensamos en la humanidad,
así en general. Pero también es verdad que cuando se trata de amar al hermanito
que está molestando, o al compañero que no me cae simpático, o al profesor que
está insoportable ya no es tan fácil. Señor, que procure, al menos, como tú me
has enseñado, tratarlos como me gustaría que me trataran a mí. Y como yo soy
muy exigente, seguro saldrán ganando.
Jesús:
¡qué simpático es todo el mundo cuando lo veo con tus ojos!
Propósito: Hacer un favor al que más me
cuesta de la clase...