Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mt 5, 6).
El único justo eres tú, Jesús. “Nos hiciste, Señor para ti, y
nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti”, escribió S. Agustín
que buscó la “justicia” metiéndose a toda clase de cosas raras. Él fue un joven
rebelde, como yo; descubrió que sólo le da felicidad comportarse como hijo de
Dios. Querer de verdad, me dices, Señor, no a medias; poner empeño como
recomienda Camino: “¿Quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere
a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su
placer? –¿No? –Entonces no quieres” (nº 360).
Atrévete
a Decirle al Señor cuánto le quieres
Bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 5,
10).
Querer ser santo hasta si cuesta persecución, insulto…, o hasta la
muerte. ¡Qué poco te quiero, Jesús! A veces me achico ante una miradita, ante
un comentario…, porque voy a Misa, porque no veo tal programa… Hace poco fue el
Corpus, y me acuerdo de S. Tarsicio, un adolescente romano de 11 años que
llevaba la Comunión a los cristianos presos: unos en la calle le pegan hasta
casi matarlo, para arrebatarle el “pan de los cristianos”; pero él protegió el
relicario en el que Te llevaba, hasta que llegó un soldado cristiano que lo
defendió. Tarsicio murió en brazos de su rescatador y así se ganó el cielo.
Ojalá,
Jesús, tuviera siempre el cariño y el valor de Tarsicio...
Propósito: Dar la cara por ti sin
achicarme.