viernes, 30 de junio de 2017

“Si quieres, puedes limpiarme”

“Cuando bajó del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo: Señor, si quie­res, puedes limpiarme” (Mt 8, 1-2).
Jesús, ¿acaso no te daban asco los leprosos? Pues parece que no. Tanta gente que te sigue, y sólo el pobre leproso te pide que lo limpies. Con qué razón decías que no necesitan de médico los sanos, sino los enfer­mos. Yo no tengo lepra de la piel –aunque ya empiezan las espinillas– pero tengo tanta lepra del alma. ¡Ojalá pueda yo también hacerte esta petición –y con la misma humildad– que te hizo este pobre hombre!
Díle a Jesús que te limpie esto…, aquello…, lo de por aquí…, lo de por allá…
“Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó diciendo: Quiero, que­da limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces le dijo Jesús: Mira, no lo digas a nadie, sino anda, preséntate al sacerdote” (Mt 8, 3-4).
Jesús, más claro H2O, me perdonas presentándome al sacerdote; a veces me da pena ir, pero pienso en que eres mi padre y pido ayuda a la Virgen. San Josemaría escribió: «si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría. Sin miedo ni reparo alguno, me besaría las llagas. -Pues, ¿y la Virgen Santísima? Al sentir que tenemos lepra, que estamos llagados, hemos de gritar: ¡Madre! Y la protección de nuestra Madre es como un beso en las heridas, que nos alcanza la curación». (Forja, 190).
Considera qué buena consulta: Médico, Jesús; enfermera, María.

Propósito: Pedirle a Jesús pomada gratis…