Todos ellos perseveraban unánimes en la
oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús (Hch 1,14).
Para que venga el Espíritu Santo es necesaria la oración, junto a
María: “Ven, Espíritu Santo, y envía del Cielo un rayo de tu luz. Ven, padre
de los pobres, ven, dador de gracias, ven luz de los corazones. Consolador magnífico”.
La Virgen quiere dejarte un regalo, al Espíritu Santo: “dulce huésped
del alma, dulce refrigerio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo
en el llanto ¡Oh luz santísima! Llena lo más íntimo de los corazones de tus
fieles”.
Pídele
con mucha fuerza al Espíritu Santo un amor ardiente a Dios y que seas muy
apostólico.
Vieron aparecer unas lenguas, como
llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos
de Espíritu Santo (Hch 2, 2-3).
El calor es el fuego del Espíritu que arde en nuestros corazones:
“Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está
herido. Dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo
que está extraviado. Concede a tus fieles, que en Ti confían tus siete sagrados
dones. Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales la
felicidad eterna”.
Atrévete
a decirle al Espíritu Santo que te haga arder en amor a Dios y los demás.
Propósito:
Rezar la oración de San Josemaría al Espíritu Santo.