Les aseguro que no ha
surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el
más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él (Mt 11, 11).
Juan el Bautista era un hombre incansable. Predicó hasta el mismo
día en que Herodes lo mandó decapitar. No se cansa de hablar de la verdad. Era
un grande. Jesús, y más grandes somos nosotros, que te hemos conocido y
recibido en la Eucaristía tantas veces. Un amigo que decía que para no
cansarse, era importante tener clara la meta. ¿Tendré clara yo mi meta, es
decir, irme al cielo? A lo mejor, por eso me canso tan rápido de rezar o de
servir a los demás.
Aunque
no lo creas, servir ahuyenta la pereza.
El que tenga oídos,
que oiga (Mt 11, 15).
Si no van a ser para oír, para qué va uno a tener las orejas. Pero
hay quien teniendo oídos en buen estado, tiene, como le dijo un psicólogo a un
amigo, sordera atencional. Es decir, gente que no oye por no poner atención.
Tú, Jesús, estás ahora, en este rato de oración, queriendo hablarme. Tus
palabras suenan más hermosas que el más bello de los poemas o la canción más
descargada en iTunes. Y pensar que me las pierdo por el ruido que hago al
descansar, al distraerme un poco para recuperar las fuerzas, cuando no hago
más que tener los audífonos, sean Bits o los que traía el celular frijolito
sonando a todo volumen.
Busca
el silencio, y escucharas nuevas melodías.
Propósito: apagar un
ratito la música para hacer oración.