domingo, 9 de diciembre de 2018

¡Velad!


Velad, pues, porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que horadasen su casa (Mt 24, 37-44)
Jesús, la otra noche tuve un sueño inquietante. Soñé que me hacían un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desenvolví con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el envoltorio fuera muy historiado, no; era un vulgar pa­pel marrón de estraza. Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los celos —sin romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta. Misa, los macarrones con tomate, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, el ketchup… Jesús, cada día estoy rodeado de tanta belleza…
¡Qué me dé cuenta! Jesús, que pillo eres: me hablas hasta en los sueños.
Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad! (Mc 13,37).
Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar, buscaba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era una neva­da, otras un arco iris, los cristales de la habitación empañados. Jesús, que sepa descubrir las bellezas que cada día encierra.
Jesús, tú eres el mejor regalo.
Propósito: desenvolver pero sin romper.