Aquel discípulo a
quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! (Jn 21, 7)
Jesús, San Juan cuando te conoció bien podía tener mis años o poco
más. Como yo, era un joven lleno de ideales y “espinillas”, con ganas de
cambiar el mundo. “Yo quisiera –me has dicho– que Juan, el adolescente, tuviera
una confidencia conmigo y me diera consejos: y me animase para conseguir la
pureza de mi corazón” (Camino 125). La Santa Pureza es lo raro de no ser
“raro”. Porque la impureza no va sola, sino que se hace acompañar de egoísmo,
violencia, pereza… La impureza esclaviza, no se conforma, siempre está
insatisfecha, quiere más. Niñito Jesús, dame un corazón limpio y puro para mí,
mis hermanos y amigos.
San
Juan tenía un corazón joven, ardiente, enamorado, ¿cómo yo?
Maestro, ¿dónde vives?
(…) Venid y veréis (…) Y permanecieron con Él aquel día. Era como la hora
décima (Jn 1, 39).
¿De dónde sacaba Juan la fuerza? ¿Cómo consiguió un corazón tan
enamorado? -Respuesta: del trato con Jesús. Sin Jesús, ningún ideal en esta
vida tiene sentido. Como decía el Papa Francisco en la JMJ de Brasil “Sé que
ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad “chirle” (aguado, inconsistente)
que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que
ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido”.
Pregúntale
a Jesús -¿Qué quieres de mí? Y óyele y contéstale.
Permanecer junto a
Jesús, queriendo ser como Juan