jueves, 10 de abril de 2014

Para Dios toda la gloria

Si alguno guarda mi palabra, jamás gustará la muerte. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abrahám, que mu­rió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú? (Jn 8, 52-53).
Jesús, pero ¡qué tipos tan brutos esos fariseos! Cuántas veces se lo has repetido, pero no se quieren enterar. En el fondo no buscan la Verdad sino atraparte en alguna palabra para poder acusarte. Jesús, yo también, a veces, encuentro personas así: no les gusta la Verdad, son alérgicos a la Verdad y solo les interesa la manera de retorcer mis palabras, dejarme en ridículo, reírse de mí. Jesús, ayúdame a tener tu paciencia, esa mansedumbre que Tú has tenido siempre con los que no te comprenden.
·        Como en el chiste: Jesús, dame Paciencia… ¡Pero dámela YA!
Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale (Jn 8, 54).
Cuántas veces, Jesús, estoy buscando el éxito personal, el lucimiento propio: ser el más listo, el más guapo, el más inteligente, el más alto, y además ¡que se note! ¡Que todo el mundo lo diga! Jesús, ayúdame; quiero ser como aquel torero, Antonio Bienvenida, que cuando en la plaza recibía los aplausos del público, dando la vuelta al ruedo, mira­ba para arriba y saludaba —no al público sino más arriba, al Cielo—, mientras por dentro repetía: para Dios todo la Gloria, para Dios toda la Gloria. Jesús, ayúdame a ser más y mejor torero, atener humildad y no andar buscando que me reconozcan.
·        Regálale a Jesús toda tu gloria humana, y terminas.

Propósito: ser como el torero Antonio Bienvenida