viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo. Cristo murió por nosotros; y muerte de Cruz

Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús; y Él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucifi­caron (Jn 19, 16-17).
Jesús, me imagino que estoy en el Calvario acompañando a tu Madre. No puedo decir nada. Te veo. Estás allí, clavado en la Cruz, con la cara rota y el cuerpo destrozado y sangrante. Apenas puedes respi­rar, mientras te apoyas en tus pies atravesados por un clavo para tomar aliento. La boca abierta. La mirada triste, agonizante. ¡Jesús!, ¿qué te han hecho? Me miras… y toda mi vida me parece un sinsentido. Jesús, quiero consolarte, aliviar tu dolor. Que mi vida sea tu consuelo. Quiero aprender a servirte con mi vida.
·        Sigue contemplando y consolando a Jesús con tus palabras y tu cariño.
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Jesús, en la Cruz, todos tus gestos y palabras son de amor. Tienes los brazos abiertos, no porque estén clavados, sino porque quieres abra­zar a toda la humanidad en un abrazo cósmico. Entre tus brazos me acojo y con San Josemaría te digo: Soy tuyo, y me entrego a ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del mundo un alma entregada a ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención de la humanidad entera. Quiero Jesús de verdad quererte y nunca más ofenderte.
·        Busca el crucifijo más cercano y llénalo de besos.

Besar el crucifijo o mirar la película de la Pasión (la de Mel Gibson).