Había en la sinagoga un hombre que tenía
un demonio impuro, y gritó con gran voz: Déjanos, ¿qué hay entre nosotros y
tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? (Lc 4, 33-34).
Me acuerdo lo que dijiste, Jesús, “bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8), los que viven la pureza son amigos
tuyos, te ven y te hablan. Los que viven en el lodo de la suciedad, los que
buscan el placer sin usar la razón huyen de Ti, no te pueden ver porque la
impureza ciega el alma; por eso yo quiero siempre huir de lo que me puede
ensuciar, para no ofenderte y porque sé que luego cuesta mucho volver…
Mira
si hay algo cercano que te pueda ensuciar y córtalo…
Y Jesús le increpó diciendo: Calla y sal
de él. Y el demonio, arrojándolo al suelo, allí en medio, salió de él, sin
hacerle daño alguno. Quedaron todos atemorizados, y se decían unos a otros:
¿Qué palabra es ésta, que con potestad y fuerza manda a los espíritus impuros y
salen? (Lc 4, 35-36).
Tú palabra siempre es eficaz, logra lo que quiere: “Dijo Dios:
«Haya luz», y hubo luz” (Gn 1, 3)… A los Apóstoles al resucitar dijiste:
“recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son
perdonados” (Jn 20, 22-23): que nunca deje yo de ir al sacerdote a oír como me
saca los demonios y a quedarme muy alegre porque me has perdonado.
Dale
gracias a Dios por tantas veces que te ha sacado los demonios: bautismo y
confesiones.
Propósito: Apuntar en “mi plan de vida”
mi día de confesión.