miércoles, 31 de agosto de 2016

Fiebres

La suegra de Simón tenía una fiebre alta, y le rogaron por ella. (Jesús) conminó a la fiebre, y la fiebre desapareció. Y al instante, se levantó y se puso a servirles (Lc 4, 38-39).
Jesús, la suegra de Pedro era una bien nacida. Lo digo por aquello del refrán de que es de bien nacidos ser agradecidos. Esta mujer pudo ha­berse quedado en la cama alegando que se encontraba aún convale­ciente, pero como estaba tan agradecida se puso a trabajar. A mí, en cambio, la menor molestia me lleva a tirarme en la cama: si tengo calor, si me duele la panza, o un pequeño dolor de cabeza, etc. Y abandono mi estudio y los deberes de la casa, o los hago con cara de víctima o de mártir. ¡Gracias, Jesús, por tenerme tanta paciencia! Quiero agrade­certe con mi trabajo y apostolado las muchísimas veces que me has curado de mis fiebres.
Cuéntale a Jesús sobre tus distintos tipos de fiebres.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias, los traían a él. Y Él (…) los curaba (Lc 4, 40).
Tengo amigos y compañeros, Jesús, que también tienen fiebre. Fiebre por las salidas nocturnas desenfrenadas, fiebre de pereza, fiebre por el Facebook (actualizarlo y chismosear sin parar), fiebre por estar texteando, fiebre por actualizar la foto de su perfil, etc. Y por eso luego dicen que no tienen tiempo para ir a Misa, hacer tareas, ni ayudar en su casa. A mi me gustaría, Jesús, que los curarás.
Concreta a quiénes vas a hablarles de la Confesión.

Propósito: Sacarle cita a tus amigos con el Médico del Alma.