Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a
enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la acompañaba una
gran muchedumbre de la ciudad. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le
dijo: No llores (Lc 7, 12-13).
Ya
sabes, Jesús, que soy muy sensible, pero Tú más, con una sensibilidad no
superficial. Por eso te conmueves ante aquella pobre viuda a la que se le acaba
de morir su único hijo. A veces cuando veo el mal, el dolor, no lo entiendo y a
veces –perdóname – me enojo contigo porque permites estas cosas. ¿Dónde estás
en esos momentos? El Papa Francisco me contesta “Jesús está en ellos, sufre en
ellos, profundamente identificado con cada uno”.
Nunca olvides que Jesús está esperándote en las personas que
sufren, para que le lleves algo de consuelo.
Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron;
y dijo: Muchacho, a ti te digo, levántate (Lc 7, 14).
Jesús,
no sé si en este momento de la historia ya tenías los ojos llorosos. Quizá las
palabras que dijiste te salieron entrecortadas por las lágrimas. No tienes
vergüenza de que se note que te conmueve el dolor de los demás. Quiero aprender
a conmoverme como lo haces tu, Jesús. Quisiera que me doliera en el alma el
esfuerzo de los papás de mis amigos, para así no quedarme indiferente cuando
los veo haciendo sus trastadas.
Si en algo puedes aliviar el sufrimiento de los que están cerca
de ti, no lo dudes.
Propósito: ser más llorón.