martes, 27 de septiembre de 2016

También tenían su carácter

No le acogieron, porque daba la impresión de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consu­ma? (Lc 9, 53-54).
Tú, Jesús, no eres molestón, pero ibas “bautizando” a la gente con apo­dos y dando en el clavo. A Simón lo llamaste Pedro –piedra, sillar– por­que sería el primer Papa, y a esto dos les clavaste “Boanerges, esto es, «Hijos del trueno»” (Mc 3, 17). ¿Y a mí como me llamas? Porque Juan y Santiago se enojaban por los que no quería acogerte, en vez de rezar por ellos y quererlos para que cambiaran… yo en cambio soy pura ge­latina; si no quieren, que no quieran… Creo, Jesús, que me pasa eso porque te quiero poco y los quiero poco.
Pide a Juan y Santiago más valentía y menos cobardía.
Y volviéndose, les reprendió (Lc 9, 55).
Aquí es donde me viene el genio, el enojo, el trueno y la tormenta: cuan­do me regañan. Además es mi excusa perfecta, como me regañaron me pongo trompudo y no hago caso. Tú, Jesús, y quienes me educan, quieren lo mejor para mi y por eso me reprenden, y la verdad es que si mi padre o el profe de Mates pierden los estribos es sólo por culpa mía, porque soy un molestón de campeonato. Si fuera santo nadie me corre­giría, además quien lo hace es porque me quiere mejor.
Cuenta a Jesús los últimos jalones de orejas que te llevaste.

Propósito: Amar los regaños.