miércoles, 28 de septiembre de 2016

Un tambor que salta

Le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le respondió: «las zorras tienen sus madrigueras, y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 58).
Jesús, en casa de mi tía tienen un conejo. Se llama Tambor. Es bonito, suave, peludo y muy listo. Está tan contento que cuando le abrimos la jaula no se quiere ir de lo a gusto que está. A veces mis primos le sacan de paseo por la calle con una correa pero siempre se acercan perros y se muere de miedo. Las zorras tienen sus madrigueras, y los pájaros ni­dos… Y Tambor su jaula. ¿Y Tú, Jesús? ¿Dónde duermes? ¿Quién te cuida? Jesús, el Sagrario es muy frío. Si soy capaz de preocuparme por un co­nejo, ¿cómo no voy a preocuparme por Tí? Jesús, mi corazón es tu casa.
Para hacerle espacio a Jesús en tu alma.
A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «déjame primero ir a enterrar a mi padre» (Lc 9, 59).
Jesús, que fea la respuesta. Le invitas a ir contigo y prefiere irse de fune­ral, a un entierro. No sé qué pasa pero estoy rodeado de enterradores, de gente triste, que además se empeña en robar la alegría a los demás. Jesús, yo me he propuesto estar siempre contento, que me conozcan por el que sonríe. Pero para estar siempre alegre tengo que estar en gracia. Ayúdame.
Dile a Jesús que no quieres ser enterrador.

Propósito: lucir cada día mi mejor sonrisa.