Les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor. Pero
Jesús, conociendo los pensamientos de su corazón, tomó un niño, y lo puso a su
lado (Lc 9, 46-47).
No
quiero crecer, Jesús, en mi trato contigo y con tu Padre, nuestro Padre. Que
sea siempre un niño que se abandona en los brazos de su papá, sin miedo ni a
los demás ni a él. Esto lo aprendí de S. Josemaría, “si tienes deseos de ser
grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como
aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan
los niños” (Santo Rosario).
¿Me pongo en plan adulto con Dios, es decir, a reclamarle
cosas?
Les dijo: Todo aquel que acoge a este niño en mi nombre, me
recibe a mí; (...): pues el menor entre todos vosotros, ése es el mayor (Lc 9,
48).
Eso
sí, Jesús, un niño que no hace berrinche ni se enoja, que no se cree el
príncipe de su casa, sino que está pendiente de su mamá y su papá, para
ayudarles. Que no me compare con nadie, sino contigo, mi Jesús, y de Ti aprenda
a servir. Lo dicen hasta los que no te conocen como Tagore, el escritor de la
India: “Dormí y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era
servicio. Serví y vi que el servicio era alegría”. Por eso el San Josemaría
rezaba así: “¡Jesús, que yo sea el último en todo y el primero en el amor”.
¿Cuántas veces he querido ser el 1º hoy? ¿Y el último?
Propósito: El primero en el servir, en lo demás el “delfin” (el
último).